miércoles, 16 de enero de 2013

La terribilità del arte. Capitulo I



El barro del camino cubría sus pies cansados ante la pesada caminata. Era un día frio de invierno y la humedad de la noche había dejado la tierra viscosa y resbaladiza. Se cruzaron  con varios campesinos  que los saludaron parcamente con un leve movimiento de cabeza.  Absortos en sus pensamientos apenas habían cruzado una palabra desde su encuentro  a pocas calles de  la iglesia de  Santa Maria Maggiore. El anciano había elegido ese punto con la esperanza de poder vanagloriarse ante su compañero del artesonado que él personalmente había diseñado años atrás y que cubría el techo de la iglesia con oro español. Pero cuando éste llegó, lleno de inquietud le apresuró para que tomaran el camino hacia los campos de viñedos lo antes posible.  Le apremiaba la impaciencia de comprobar qué había de cierto en los rumores de los que le habían hecho participe bajo secreto de estado pocas horas antes. 
Iban a un paso más bien lento, forzado por el pesado caminar del más anciano de los dos, que además andaba un poco receloso por el desaire de su compañero y se regocijaba mortificarlo un poco demorando su paso adrede. Poco después consiguieron atisbar la figura de un hombre que les saludaba de lejos con la mano enérgicamente. Cerca de él varios jóvenes robustos provistos de gruesos palos y útiles de labor los observaban atentamente.
La tierra estaba revuelta de haber estado arando  apenas unos días antes. Una parte del viñedo estaba cubierta por unos grandes trozos de tela cubriendo el suelo. El hombre que les había saludado de lejos se acercó a ellos y descubriéndose la cabeza les dijo:
- Buenos días, mi nombre es Felice Fredi. Les esperábamos ansiosamente….
- ¿Dónde está?, le interrumpió el más joven.
- Bajo esas telas, estaba enterrado a seis brazos de profundidad, aun no lo hemos sacado por miedo a provocar algún….
No le dejó acabar, salió disparado a descubrir lo que esas telas ocultaban. Dio un fuerte tirón y el sol descubrió un pálido torso aun semienterrado, de un color tan pálido que ni la tierra roja podía ocultar. Una asombrosa anatomía asomaba forzada por el escorzo forzado del cuerpo, los músculos y huesos parecían haber sufrido una serie de terribles estertores de agonía. La impresión que le había provocado esta visión le había impedido reparar en los dos cuerpos más pequeños, que había enterrados a ambos lados del otro. Semiocultos se podían atisbar los rostros de dolor de los sujetos cuyos rasgos eran tan parecidos que reflejaban algún tipo de parentesco.
 El joven había entrado en una especie de trance al contemplar una escena de tal” terribilità” y apenas podía pestañear. El más anciano que había contemplado  ya más de un descubrimiento de este calibre, mantuvo la cabeza fría, y con mirada analítica, juzgó finalmente:
- No hay duda, es él.
Los dos hombres se miraron a los ojos, con una mirada llena de solemnidad y emoción contenida.


Continuará…